Dana no se preguntó qué hacÃa ahà tumbado, yaciendo como muerto entre las llamas. Yo naufragaba por los mares de la locura intensa y aún más abrasadora que el incendio que habÃa provocado, sin querer, a mi llegada. En la semiinconsciencia, noté varios pares de manos levantando mi cuerpo y trasladándome lejos del fuego.
Era una tierra yerma, decorada por una fina capa de polvo marrón y piedras del tamaño de una hormiga.Apenas me habÃan inclinado cuando la superficie pedregosa empezó a arder, primero con una pequeña chispa que recorrÃa cada rasguño de la tierra, después con una gran llamarada que obligó a los bomberos a apartarse de mÃ.
Nadie podÃa entender por qué se consumÃa lo que se encontraba cerca, pero Dana sÃ. Ella me habÃa visto llegar desde el cielo envuelto en luz; habÃa visto cómo me precipitaba por el lienzo estelar y caÃa sin más remedio que estrellarme contra este bosque y arrasarlo entero. Pero además, Dana lo sabÃa porque era ella la persona que me habÃa hecho descender.
La tercera vez que mi cuerpo estalló como una supernova, decidieron dejarme solo, y antes de perder la conciencia observé sus rostros descompuestos por la sorpresa, la tristeza y la desazón de no poder ayudarme. Quizás ellos nunca miraban el cielo. O quizás sà lo hacÃan, y pidieron un deseo cuando la estrella ya sobrevolaba otra galaxia.
Si no estamos muy lejos podemos oÃr los deseos de las personas, pero nunca podemos retroceder para hacerlos realidad. Solo en el momento exacto en que una voz invade nuestro corazón y nos obliga a parar entre el tiempo y el espacio, debemos morir en una larga agonÃa, a los pies de la persona que realizó el deseo. El intercambio equivalente funciona asÃ.
«Deseo una vida plena.»
Las estrellas fugaces también deseamos brillar sin consumirnos...
Era una tierra yerma, decorada por una fina capa de polvo marrón y piedras del tamaño de una hormiga.Apenas me habÃan inclinado cuando la superficie pedregosa empezó a arder, primero con una pequeña chispa que recorrÃa cada rasguño de la tierra, después con una gran llamarada que obligó a los bomberos a apartarse de mÃ.
Nadie podÃa entender por qué se consumÃa lo que se encontraba cerca, pero Dana sÃ. Ella me habÃa visto llegar desde el cielo envuelto en luz; habÃa visto cómo me precipitaba por el lienzo estelar y caÃa sin más remedio que estrellarme contra este bosque y arrasarlo entero. Pero además, Dana lo sabÃa porque era ella la persona que me habÃa hecho descender.
La tercera vez que mi cuerpo estalló como una supernova, decidieron dejarme solo, y antes de perder la conciencia observé sus rostros descompuestos por la sorpresa, la tristeza y la desazón de no poder ayudarme. Quizás ellos nunca miraban el cielo. O quizás sà lo hacÃan, y pidieron un deseo cuando la estrella ya sobrevolaba otra galaxia.
Si no estamos muy lejos podemos oÃr los deseos de las personas, pero nunca podemos retroceder para hacerlos realidad. Solo en el momento exacto en que una voz invade nuestro corazón y nos obliga a parar entre el tiempo y el espacio, debemos morir en una larga agonÃa, a los pies de la persona que realizó el deseo. El intercambio equivalente funciona asÃ.
«Deseo una vida plena.»
Las estrellas fugaces también deseamos brillar sin consumirnos...