Hizo la maleta en silencio y atravesó el umbral de la puerta sin decir adiós.
Yo seguÃa viendo llover por la ventana. En algún rincón de mi mente algo hizo "clic", y aunque ahora hubiera deseado haberlo oÃdo, seguÃa tan ensimismado que solo reaccioné cuando la vi alejarse apresuradamente. La lluvia desdibujaba su perfil, ese que tantas veces habÃa recorrido con las yemas de mis dedos. HabÃa buceado entre los nudos de su pelo y aspirado el olor de su perfume hasta colocarme de amor.
Su rostro se apareció vÃvido en el reflejo del cristal y me pareció que se despedÃa. Entonces fue cuando comprendà que todo habÃa sido un malentendido. Un error.
Bajé hasta el garaje y saqué la bicicleta. Las gotas caÃan sin descanso sobre el suelo formando pequeñas burbujas, advirtiéndome de que la tormenta se prolongarÃa hasta más allá del crepúsculo. La estación quedaba a poco más de quince minutos. En circunstancias normales podrÃa llegar antes que Annie y retenerla, pero lloviendo a cántaros el camino se me antojaba peligroso y embarrado. Lejos de importarme, salà al exterior y cerré la puerta con llave.
Por favor, que no se haya ido todavÃa, pensé al enfrentarme a la cuesta que daba al parque. El manillar temblaba en cada viraje como si no fuera a enderezarse nunca más, y yo, herido por el frÃo, el viento y la desazón de no haberle dicho lo que sentÃa, lloraba como un niño pequeño. Me habÃa comportado como un auténtico imbécil.
Llegué a la estación con un derrape que me lanzó al suelo. Rodé hasta chocarme con una columna y allà permanecà por espacio de dos largos e intensos segundos, pero me levanté y corrà hasta la parada de su autobús.
—¿Annie? —pregunté en voz alta. Algunos viajeros volvÃan sus cabezas hacia mà y negaban con la cabeza, no sé si vaticinando el resultado o simplemente diciendo no ser ella—. ¡Annie!
La busqué por toda la estación, en vano. El autobús se habÃa marchado ya.
A veces tardamos mucho en darnos cuenta de las cosas. De vuelta a casa supe que la llamarÃa una y otra vez hasta que me cogiera el teléfono. HablarÃa desde el corazón y lo pondrÃa a sus pies para que me perdonara. Y empezar otra vez.