El valor de los arquetipos

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Cualquiera con unas nociones mínimas de cine y literatura puede enumerar los tropos más conocidos de la cultura occidental. El más reescrito en la historia de la humanidad es el Monomito, en el que el héroe siente la llamada a la aventura y parte en pos de un objetivo a través del cual alcanza la madurez. Muy, muy grosso modo, porque no tiene sentido extenderse en este punto. Desde Jung en adelante se han elaborado un sinfín de estudios que profundizan en los arquetipos principales de personalidad, pero ya existían con anterioridad en toda clase de literaturas, sin contar las tradiciones orales que reformularon el concepto generación tras generación.

LUGARES COMUNES
Un lector voraz sabrá identificar con soltura las características que definen a los personajes arquetípicos, y probablemente, a raíz de leerlos y encontrarlos y reelerlos y no poder escapar de ellos acabará renegando hasta de la historia. Quizá esta sea una de las razones por las que la búsqueda de la originalidad se prioriza en detrimento de otros aspectos igual o más importantes, pero no me quiero adelantar; los arquetipos, primero. En este sentido, creo que la línea entre “arquetipo” y “lugar común” es tan delgada que la tendencia es confundir lo que provocan ambos conceptos. El uso de expresiones o frases hechas, palabras que casen juntas, metáforas conocidas o sinestesias culturales son lugares comunes, pero también lo son hablar de la muerte, los sentimientos, la conquista bélica y amorosa y el éxito. Por ejemplo: en Bajo la misma estrella (2012), la cuestión no es que la protagonista tenga cáncer sino que la trama se ubique entre dos lugares supercomunes como son el amor y la muerte. Quizá haya quien opine que los protagonistas son arquetípicos, pero, si lo son, es debido a donde se sitúa su historia.

¿Están los arquetipos relacionados con los lugares comunes? Sí. Unos tiran de otros. Y juntos, con un guion mal estructurado o una narrativa poco trabajada resultan un libro “malo”. A mi juicio (siempre) la apatía de los lugares comunes reside en su contribución a la literatura. En otras palabras: no aporta nada nuevo contar la misma historia ochenta veces con diferentes nombres, ¿verdad? Y sin embargo, no todo en esta vida es escribir Lo Más Original del Mundo ni es necesario aportar nada útil a la literatura. ¿O tal vez sí? La función del escritor y de la literatura es un debate muy serio por el que se pierden seguidores en Twitter, atención. Watch your step.

UNA BÚSQUEDA PERSONAL
Si algo sé (igual que sé que la lluvia moja) es que la escritura es una herramienta personal e intransferible. Casi como una opinión. La experiencia individual de un autor no es comparable a la de otro básicamente porque los caminos son únicos para quien los camina. Habrá puntos donde coincidan, pero no existen dos iguales. En esta línea de pensamiento, inconscientemente o no, también se encuentra el lector voraz; y lo mismo para las profesiones colaterales a la de escritor. Habrá quien lea por entretenerse y habrá quien busque un sentido especial en las historias, o un tema, o una época, o un arco exacto. Habrá quien lea por todo lo anterior. Y habrá quien no lea porque no ha encontrado en los libros el refugio del que tanto le han hablado.

Mi viaje lector ha tenido más bucles que el Dragón Khan. Hasta la adolescencia y un poquito más me dediqué a leer todo lo que cayera en mis manos: aventuras fantásticas y espaciales, novelas de amor, líos de institutos, algún clásico obligatorio para clase, mangas, enciclopedias viejas, etiquetas de champús… Cualquier cosa que alimentara al monstruo de la lectura. Más adelante, cuando me di cuenta de que me apetecía escribir mis propias historias de verdad, que no era una ilusión esporádica, me dije que tenía que buscar buenas novelas. Que dieran vueltas de tuerca. Que me dejaran clavada en el sitio. Que hicieran *pum, clonk, ruido de taladro* en mi cabeza. En ese momento también vivía la época de apatía literaria. Todo me parecía igual. Veía patrones en todos los libros. Tópico por aquí, topicazo por allá, siempre lo mismo.

¿Te gusta el Monomito? Pues toma.
La búsqueda de originalidad que vino a continuación arrasó con el resto de aspectos tan importantes (o más) en una novela. Quería cosas diferentes y punto. Así de inflexible. Y esta gesta me recuerda un poco a las tendencias editoriales que prefieren lo nunca visto en detrimento de calidad, representación, diversidad, narrativa o historia, y que dejan de lado estas cuestiones si La Originalidad se encuentra en uno de ellos. Como un cuerpo albergando un demonio al que hay que exorcizar.

A ver: no hay nada malo en buscar lecturas originales. La cuestión aquí es que veo injusto priorizar lo novedoso (que caducará) sobre lo demás (que permanecerá). ¿Cuántas veces hemos leído ganchos como “el nuevo (insertar nombre de autor)”? ¿Y cuántas veces es cierto? ¿Y por cuánto tiempo será cierto si lo es ahora? Solo son preguntas.

LA ÉPICA DE LAS COSAS PEQUEÑAS
Considero que el desafío creativo está en hablar sobre las mismas cosas de una manera nueva. Los arquetipos, tópicos, estereotipos… no me molestan tanto como antes. De hecho, sigo encontrando encanto en las historias tipo “quaterback se enamora de la chica nueva” o “heroína debe dejar su pueblo en busca de un objeto sagrado”. El cliché me gusta. No me gusta el tratamiento posterior. Lo verdaderamente pobre de una historia es que sus personajes no dejen huella en ella. Mi único objetivo es, precisamente, contrario: que los personajes entren a escena de una manera y salgan de otra. Algo así como nuestra vida.

Así, me siento mucho más cómoda describiendo entornos conocidos, sobre todo naturales, a los que añado elementos fantásticos o futuristas. "Pensar a lo grande" suele desembocar en preguntas pequeñas: “¿Cómo será el día a día de un panadero en una ciudad regulada con magia? ¿Te puedes teñir el pelo de manera que cambie según tu estado de ánimo? ¿A qué hora se levanta un conserje en un espaciopuerto?” Tales preguntas no tendrán Respuestas que Cambiarán el Curso de la Historia ni son planteamientos inéditos que se incluirán en la Generación Millennial de la literatura; pero la vida no es el viaje hacia la consecución de una gran y única hazaña, sino una sucesión de etapas pequeñas y modestas que cuentan a lo largo del camino. El viaje es la vida misma.

Y la épica de las cosas pequeñas es justo eso: sobrevivir a una semana nefasta en el espaciopuerto justo antes de las vacaciones de navidad, o tener un trabajo que odias (contable en un despacho de abogados) para poder seguir haciendo lo que más te gusta (una beca en Lenguas Arcanas). Las heroicidades tal y como las conocemos no son para mí, pero he leído muchas para saber apreciar los arquetipos y llevarlos a mi universo personal.

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